Salvia
—Hola de nuevo, mi pequeña compañera.
La audacia de esas palabras, combinada con la expresión arrogante en su rostro, fue suficiente para encender fuego en mis venas, quemando el hielo que me había mantenido paralizada. Sentí el ardor en mi mano al golpear su cara incluso antes de darme cuenta de que me había movido. Un jadeo colectivo llenó el silencio que descendió mientras los dignatarios reunidos observaban nuestro intercambio con la respiración contenida.
Su cabeza se giró bruscamente por la fuerza de mi golpe, pero cuando volvió a mirarme, sus ojos brillaban con algo que me revolvió el estómago. No era ira, sino aprecio, como si hubiera hecho exactamente lo que él esperaba.
—Qué espíritu —ronroneó, tocándose la mejilla enrojecida casi con cariño—. Siempre supe que estaba ahí, enterrado bajo toda esa... sumisión —su lengua se asomó para humedecer sus labios—. Qué delicia verlo salir finalmente a la superficie.
Mi piel se erizó por la forma en que me miraba, como si fuera un