Carlos
El sabor de la sangre persistía en mi boca mientras me acercaba a la casa de la manada. Tres guerreros muertos y doce heridos. Los lobos mutantes estaban evolucionando: eran más fuertes, más rápidos y estaban mejor organizados. Pero en ese momento no podía concentrarme en esa amenaza. La política de la manada no esperaba por nadie, ni siquiera por un Rey Licán cubierto de sangre.
—Te esperan en el gran salón —me informó Gerard, poniéndose a mi lado. Sus propias heridas aún estaban sanándose, tenía marcas de garras que debieron haberse cerrado hacía horas—. Tu padre ya ha comenzado a controlar los daños con la Alianza del Norte.
Mi bestia gruñó ante el recordatorio de la política, cuando lo único que quería era ver cómo estaba Salvia. Pero podía oler la tensión en el aire, sentir el peso de las miradas vigilantes. Cada lobo noble del territorio se había reunido para la cena de esa noche... y para la disculpa pública de Matilda.
—¿Cómo está ella? —pregunté en voz baja.
—Sigue en t