Iris
Aquella mujer en el asiento del conductor me miraba como si yo fuese mierda embadurnando sus zapatos. No tenía idea de quién era, pero no pude evitar sentirme mal por su mirada juzgadora. La verdad, tenía la esperanza de que las cosas fueran distintas en la manada de Carlos, que la gente no me tratara como si fuera invisible. Pero claramente, eso era pedir demasiado.
—¿Matilda? ¿Qué haces aquí? Pensé que Gerard iba a venir por mí —la voz de Carlos sonó indiferente, sin una pizca de emoción por verla.
Y curiosamente, eso me hizo sentir un poco mejor, aunque no sabía bien por qué me importaba. Con su actitud de reina y el carácter mandón de él, seguro hacían buena pareja.
—Me ofrecí —respondió ella con una sonrisa brillante, pestañeando como si quisiera hipnotizarlo—. Hubo más reportes de ataques y desapariciones mientras no estabas. Gerard estaba ocupado entrenando a un nuevo grupo de guerreros, así que no tuvo problemas en que yo viniera.
Juraría que lo escuché murmurar algo como