Carlos

Estaba casi seguro de que aquella frágil criaturita en mis brazos iba a acabar conmigo. Y no precisamente por los rebeldes que nos venían siguiendo, ya que no pesaba nada, ni siquiera me ralentizaba. Era por lo cerca que estaba de mí. Podía ser chiquita, pero con esas curvas suaves y el modo en que se aferraba a mí, con sus senos aplastados contra mi pecho, sus muslos apretando mi cintura y el calor de su entrepierna pegado a mi abdomen... si su boca ya me tenía al borde de la locura, ahora también tenía un cohete en el pantalón, listo para despegar y aterrizar muy profundo en ella.

Correr así era una tortura, cada zancada me apretaba de una forma que dolía, pero seguí adelante, sabiendo que yo era lo único que podía salvar a Iris de una muerte segura. Vi el río adelante y sin pensarlo mucho, salté dentro.

Nos hundimos completamente. Cuando salimos a la superficie, Iris tosía y escupía agua.

—¿Por…por qué hiciste eso? —logró preguntar, temblando.

El agua estaba helada. A mí casi