Salvia

Mi corazón latía con fuerza ante cada sombra mientras me dirigía a los aposentos de Carlos. Incluso a medianoche, la casa de la manada no estaba completamente silenciosa; los lobos visitantes por todas partes hacían que escabullirse fuese mucho más complicado.

—Hueles a deseo —se burló Aura—. Cualquiera con olfato sabrá adónde vas.

—No ayudas —le dije, pegándome a la pared cuando escuché unas voces acercarse.

Cuando finalmente llegué a su puerta, esta se abría antes de que pudiera llamar. Carlos me jaló hacia adentro y de inmediato me acorraló contra la pared, reclamando mi boca con hambre.

—Tardaste demasiado. —Gruñó contra mis labios.

—Algunos no podemos simplemente ordenarles a todos que se vayan —jadeé mientras sus labios encontraban mi cuello—. Tuve que esperar a que los pasillos se despejaran...

Sus manos se deslizaron bajo mi camisón. —Buena chica, usando algo fácil de quitar.

El calor se acumuló en mi centro ante sus palabras, con su tacto. Volviéndome atrevida, alcancé