Carlos
Ella se sentía increíblemente pequeña en mis brazos, con su cabello rubio platinado derramándose sobre mi chaqueta que envolvía sus hombros. Mi lobo se paseaba inquieto bajo mi piel, dividido entre la rabia hacia quienes la lastimaron y la desesperada necesidad de protegerla.
La llevé a mis aposentos privados, eran las habitaciones más seguras de la casa de la manada. Nadie entraba allí sin mi permiso explícito, y en ese momento, no confiaba en nadie más para mantenerla a salvo.
—¿Hermano? —Violeta apareció en la puerta mientras colocaba a Salvia en mi cama. Sus ojos se abrieron al ver las marcas de las cadenas en las muñecas de Salvia—. La mataré.
—No si yo la encuentro primero —las palabras salieron más como un gruñido que como mi voz normal—. ¿Te puedes quedar con ella?
Violeta asintió, moviéndose para revisar las heridas de Salvia. —¿Qué vas a hacer?
—Lo que debí haber hecho hace semanas.
Encontré a Matilda en sus habitaciones, con guardias apostados afuera. Claramente me es