63. ESTABAN POR DESCUBRIR MI MENTIRA.
Nadia.
—Nadia, no pierdas el tiempo.— replicó Arthur mirándome con seriedad.
Me encontraba frente a Arthur, sus palabras aún resonaban en mi mente como cuchillos que cortaban cada vestigio de dignidad que intentaba sostener. Lo había besado, llena de deseo y anhelo, solo para encontrarme con una muralla fría e impenetrable. Su rechazo no fue solo físico, fue absoluto.
—¿Qué pasa, Arthur? —pregunté, mi voz temblorosa.
Sonrió, pero su sonrisa no era cálida; era cruel, cargada de desprecio.
—La verdad, Nadia, no me apetece esto. Tú ni siquiera me excitas.
Lo miré, incrédula. ¿Cómo podía decir algo así después de todos los gestos, las miradas? Había creído que aún existía algo entre nosotros, un vestigio de lo que alguna vez fuimos.
—¿Cómo puedes decir eso? —le reclamé, dolida—. Me estabas provocando…
—¿Provocando? —rió, como si mis palabras fueran ridículas—. Nadia, ¿de verdad crees que me acostaría contigo? No lo haría. Uno, no te amo. Entiéndelo, mujer. Dos, ni siquiera podría... tú es