Capítulo 39

Siento que mi pecho se libera de una gran presión al escuchar las palabras de Abel.

—Gracias —soy sincera.

—Regresarás a casa de tu tía y quiero que respondas a mis llamadas de vez en cuando ¿vale?

Asiento gustosa. Por fin intentaría tener una vida normal.

—Por otro lado, déjame ver qué hacer con el asunto de Zed, yo me encargo, pero si no puedo hacer nada tendremos que ir a Rusia a verlo, y digo “tendremos” porque no pienso dejarte subir sola a un avión y que te encuentres con él —es firme en su petición y lo acepto.

—Me parece bien.

—Y Nat, una última cosa —se acerca y toma uno de mis mechones rubios sueltos y alborotados—.

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