El resto del camino estuvimos dentro de un silencio incómodo, y las palabras de mi tía sobre los rumores que se circulaban acerca de Zed, me rondaban por la mente, giro y lo miro, no parece ser la clase de hombre que lastimaría a una mujer, no le veo así. Simplemente no puedo. No tardamos mucho en llegar a la dichosa reunión, en donde tragué duro al darme cuenta que era en el hotel de Abel.
—Ya habías estado aquí ¿cierto?
Su pregunta me descoloca y me obliga a apartar la vista del edificio que me hizo recordar cómo me había entregado a él.
—¿Yo?
—Sí, me comentaste que habías llevado a Abel a su hotel porque estaba