El cielo estaba despejado, como si el universo mismo hubiera esperado este día para vestirse de gala. Las nubes se habían retirado, dejando un lienzo de azul limpio, coronado por el sol, que parecía sonreír desde lo alto, tibio, dorado y sereno.
La ceremonia se celebraba sobre un antiguo claro sagrado, donde los árboles centenarios formaban un círculo natural, como testigos milenarios de cada unión verdadera. Las ramas altas se entrelazaban como brazos protectores, cubiertas de flores blancas y rosadas que caían como lluvia cuando el viento las acariciaba. Las piedras que bordeaban el lugar estaban cubiertas de musgo, pero también de antiguos grabados rúnicos que centelleaban con una luz suave, activados por la magia ancestral de ese momento sagrado.
Los invitados se acomodaban entre raíces naturales, troncos tallados y cojines de tela rústica. Había humanos, brujos, vampiros y lycans. Todos en armonía. Todos con los ojos brillando de emoción. La brisa era cálida, como una caricia