El día después de la cena fue como el eco de una tormenta.
Isabel se había encerrado en su habitación, revuelta por dentro. El rostro de aquel hombre que siempre sueña no salía de su cabeza. Su tacto, su voz, esa intensidad en sus ojos que le hablaba a una parte de ella que aún no entendía, pero sentía. Era como si una fuerza antigua la empujara hacia él, y a la vez, algo dentro de ella gritara que debía huir.
Mientras tanto, en lo alto del edificio central de la corporación de Briana, Logan caminaba de un lado a otro como un lobo enjaulado.
—¡Esto no puede seguir así! —Exclamó, golpeando la mesa de cristal. —Si no hacemos algo ahora, Ares va a quitárnoslo todo.
—Ya lo sé. —Respondió Briana con los ojos entrecerrados. —Lo vi en los rostros de nuestros inversionistas. El bastardo los tiene comiendo de su mano y a Isabel también.
—Entonces es hora de destruirlo. No físicamente... aún. —Dijo Logan con una sonrisa ladina. —Pero sí públicamente. —Briana asintió, sus dedos entrelazados