Habían pasado días desde el colapso de Isabel. Días en los que el tiempo parecía suspenderse y todo giraba en torno al desconcierto, a una memoria fragmentada que no lograba recomponerse. Logan se mantenía cerca, paciente, pero en sus ojos comenzaba a reflejarse algo más que frustración, comenzaba a nacer el miedo.
Las palabras de Isabel, aunque sueltas y confusas, comenzaban a tomar forma. Algunas veces murmuraba nombres en sueños. Uno en particular lo desquiciaba: Ares. No sabía quién era ni por qué tenía tanto poder sobre ella, pero Logan entendía lo suficiente para reconocer que ese nombre era una amenaza a todo lo que él había construido junto a Briana.
Esa noche, creyendo que Isabel ya estaba lo suficientemente estable, intentó acercarse a ella con más intenciones de las que había mostrado hasta ahora. Encendió velas, preparó una cena ligera y se aseguró de que el ambiente fuera perfecto. Isabel, confundida, sonrió con timidez, incapaz de definir lo que sentía.
Cuando Logan l