El bosque se extendía como una sombra sin fin, devorando el paso de los días con su aliento húmedo y su espesura impenetrable. Las hojas crujían bajo sus botas, los árboles parecían susurrar secretos antiguos que solo los muertos comprendían. Ares, Henrry y Lucía avanzaban sin tregua, como sombras atrapadas entre la niebla y la rabia.
Cada segundo sin Isabel era una daga hundida sin piedad en el corazón del alfa. Su lobo, al borde de la locura, aullaba con furia contenida, deseando desgarrar todo a su paso, pero Ares era más que su bestia. Era un hombre con el alma partida y una promesa quemándole el pecho. Su luna lo llamaba desde algún rincón del mundo y él no iba a fallarle.
Lucía marchaba a su espalda. Su rostro pálido estaba endurecido por la concentración, las pupilas vibraban con restos de magia sin controlar. Su poder estaba desbordándose por los bordes de su piel, pero no se quejaba. Cada paso que daba la acercaba a su amiga, a su hermana de alma y eso era lo único que import