—¿Cómo puedes decir eso? —Víctor la miró horrorizado al ver las lágrimas en los ojos de Briana. —¿Tienes idea de cuánto ha sufrido tu madre, yo?
—Serán ustedes lo que tengan una idea de lo que es verdaderamente sufrir. —Rugió Ares cortándolo. —Si no quieren ser expulsados de la fiesta, no me provoquen. —Sus duras palabras pareció contenerlos e Isabel se sintió aliviada. Isabel no supo en qué instante exacto quedó sola. Todo sucedió tan rápido que parecía una emboscada disfrazada de casualidad.
Solo un segundo, solo un maldito segundo en el que Ares se apartó para responder una llamada importante, y ellos aprovecharon. Como serpientes que esperan a que la presa baje la guardia para lanzar el mordisco.
El aire parecía haberse vuelto más pesado. Incluso la música, las risas del resto de los presentes, sonaban lejanas, amortiguadas por el zumbido agudo que se instaló en sus oídos. Víctor fue el primero en acercarse. Su sonrisa hipócrita, forzada, estiró sus labios como si le costara soste