Al notar que yo seguía molesta, Gabriel me entregó una caja de regalo envuelta con descuido.
Bajé la mirada y desenvolví el paquete. Dentro había dos hierbas curativas comunes, ya marchitas. Aquellas plantitas patéticas crecían por todas partes del territorio de la Manada Aguas Negras.
Casi me reí de lo bajo que había caído al aceptar eso.
El rostro de Gabriel se oscureció, pero se obligó a responder.
—Sé que no necesitas nada, pero Valeria sugirió que recogiera hierbas a mano para mostrarte cuánto me importas. Ella misma las envolvió. Deja de ser desagradecida y de hacer un escándalo.
Ignoré por completo sus palabras.
En ese momento, sonó la alarma en mi celular. Saqué un pequeño frasco y bebí su contenido de un solo trago.
El rostro de Gabriel cambió de inmediato, antes de lanzarse sobre mí para arrebatarme la botella.
—¿Qué estás haciendo? ¡Sabes que las lobas embarazadas no pueden tomar medicamentos al azar!
Al ver mi expresión, Gabriel suavizó su tono por una vez. Tiró las hierbas marchitas a un lado.
—Está bien, está bien. Si no te gusta el regalo, tíralo. Te conseguiré algo mejor, ¿de acuerdo?
Aria, ya no eres responsable solo de ti misma. Alterarte afecta el desarrollo del cachorro.
Cuando terminó de hablar, coloqué el documento impreso de disolución del vínculo de compañeros sobre la mesa.
Como compañera del alfa, debíamos presentar la solicitud de disolución al Consejo Alfa y esperar su aprobación para romper oficialmente nuestro vínculo.
—Los papeles ya están listos. Fírmalos cuando tengas tiempo. Y ya no tengo tiempo para atender a tu secretarita. Como tanto la consientes, mejor contrátale una criada personal.
Gabriel siempre estaba ocupado con asuntos de la manada. Naturalmente, no iba a molestarlo pidiéndole que redactara documentos legales.
Pero al escucharme, su expresión se oscureció y se puso de pie de golpe.
—¿Disolución? ¿Estás loca? ¿Todo porque miré a Valeria durante el discurso? Solo es mi secretaria, y es una omega. Como alfa de la manada, es mi deber prestarle atención. Ha trabajado conmigo dos años... si algo iba a pasar, ya habría pasado. ¿Por qué ahora? No seas ridícula.
Sus ojos bajaron hacia mi vientre y suspiró, como resignado a su destino.
—Mira, sé que las lobas embarazadas se alteran emocionalmente. He intentado ser paciente, pero no exageres.
Sus botas embarradas dejaron marcas horribles en la alfombra.
Casi le recordé automáticamente que tuviera cuidado. Pero me contuve, tragué las palabras y solté una risa amarga.
Siempre era así. Jamás le importaba mi trabajo, jamás valoraba mis esfuerzos. Y como ya me iba, nada de lo que hiciera me importaba.
Lo miré y asentí con calma.
—Sí, exactamente. Porque la miraste. ¿No es razón suficiente? Gabriel, antes de que nos uniéramos, te dije que no toleraría ninguna traición. Pero tú cambiaste. Así que no tiene sentido seguir.
Su ceño se frunció, con la ira brillando en sus ojos.
—Y el cachorro ya no está —dije antes de que pudiera explotar—. Tranquilo, no se interpondrá más. Tampoco competirá con tu adorada Valeria por los derechos de gestión de la manada. Fírmalos cuando puedas. Envíame la copia electrónica. Sabes mi dirección.
Me di la vuelta y me marché, ignorando su figura congelada tras de mí.
Su grito angustiado me siguió:
—¡Aria! Si sales por esa puerta hoy, ¡no regreses jamás!
Una sonrisa helada curvó mis labios.
Había usado esa amenaza para controlarme durante doce años. Yo seguía agachando la cabeza, seguía pidiendo perdón. Lo único que obtenía a cambio no era perdón... solo más exigencias.
Pensó que daría media vuelta y suplicaría, como siempre.
Pero mientras su voz se desvanecía, mis pasos solo se aceleraban.
No volver jamás era precisamente lo que yo deseaba.