Capítulo 21. El escondite en el bosque
El auto avanzaba entre pinos altos, dejando atrás la carretera principal. La tarde caía en tonos dorados, y cada curva parecía alejarnos un siglo de la ciudad.
El olor a tierra mojada y a resina de pino llenaba el aire, purificando mis pulmones. La tensión de la semana, de la oficina, de las miradas, se sentía cada vez más lejos.
—¿Lista para perderte del mundo? —preguntó Alejandro.
—Llevo días soñando con esto —respondí, mirando el camino de tierra —. Todavía no me creo que estemos haciendo esto.
—Créelo —dijo él, apretando un poco mi mano sobre la palanca de cambios—. Aquí no hay nadie solo nosotros.
—¿Y si alguien nota que desaparecimos al mismo tiempo?
—Que noten lo que quieran. Los fines de semana son un agujero negro: todo se traga y nada se explica.
Me reí, nerviosa, y volví la vista hacia la ventanilla. Los árboles se multiplicaban, y la luz del atardecer filtrada entre las ramas era una danza de sombras y destellos. Un lago pequeño apareció de pronto, su superficie un espejo