Capítulo 18. La puerta con seguro
El despacho de Alejandro imponía incluso desde el pasillo. Cristales altos, la placa con su nombre grabado, y esa sensación de que dentro todo estaba bajo control. Todo, salvo él mismo. En su mirada había algo que no encajaba con la solemnidad del lugar. Era la misma mezcla de deseo y reproche que me había hecho volver.
Crucé la puerta y él levantó la mirada, sorprendido. La sorpresa se mezcló al instante con el reproche.
—¿Qué haces aquí, Valeria? —preguntó en voz baja, casi un gruñido contenido, como si tuviera miedo de que alguien lo escuchara.
Me encogí de hombros, cerrando la puerta con suavidad.
—Relájate. Nadie sospecha nada.
Él se levantó de la silla con brusquedad, como un animal acorralado. Caminó hasta la puerta, giró el cerrojo y un clic metálico me recorrió la piel como un escalofrío. Cuando se volvió hacia mí, tenía esa expresión peligrosa que tantas veces me dejaba sin aliento: el abogado frío y calculador luchando contra el hombre que yo despertaba.
—No deberías estar