Capítulo 10. El peso de la confianza
La madrugada me sorprendió con los ojos abiertos. El tic-tac del reloj del pasillo se sentía lejano, como si perteneciera a otro mundo. Yo seguía cerca de la chimenea, con la manta hasta el cuello, abrazada al recuerdo de la noche.
Su última regla seguía ardiendo en mis oídos: "Confía en mí."
La casa estaba en silencio, y por primera vez entendí que no me pesaba. Me envolvía. Cerré los ojos y me dejé llevar por la certeza de que esa cuerda invisible que él había tendido entre nosotros ya no podía romperse.
El amanecer llegó con un golpe de luz en las cortinas. Me levanté. Sentí mi cuerpo marcado por sus caricias y por cada orden que había obedecido. Sobre el escritorio encontré un papel. Lo abrí con las manos temblorosas. Su caligrafía era tan firme como su voz:
“Hoy aprenderás a sostener el secreto en lo cotidiano. El verdadero poder no está en la noche, sino en la mañana. A las seis, en mi estudio. —Alejandro.”
Debajo, una cinta blanca. La pasé por mis dedos y sonreí. La negra en mi