Capítulo 2

―¿No puedo quedarme con la señora Petrov? Ella ha cuidado de mí desde que era un bebé, para mí es como mi abuela ―preguntó Gema.

Su voz dejó traslucir un dejo de esperanza y puso ojos de cachorro, eso casi siempre funcionaba. La policía la miró con ternura.

―Sí, señora, déjela conmigo, yo la cuidaré ―apoyó la señora Petrov ―. Su madre estará más tranquila, ella continuaría en su misma escuela, es un genio. ¿Sabe? Va a un colegio especial.

―¿Son familia? ―preguntó implacable la trabajadora social.

―No, pero es como si lo fuéramos, porque nos queremos como tal, además yo cuido de Gema e Ivanna cuida de mí.

―No es posible, señora Petrov, si fuesen familia la consideraríamos como una opción, pero por su edad no califica como padre temporal, además de que los trámites tardarían mucho. También hay que considerar que usted es una persona mayor que necesita cuidados. Voy a llamar a servicios al adulto mayor para que venga alguien a ocuparse de sus necesidades. No se preocupe por la niña, me ocuparé personalmente de que vaya a un lugar seguro y cercano a su escuela para que pueda continuar con su programa educativo.

―Es decir, ¿qué la edad no es un impedimento para quedarme si fuésemos familia, pero como no lo somos si importa? ―preguntó Gema con seriedad.

―¡Oh, nena! Son temas complicados para tu edad, cuando seas mayor lo entenderás ―dijo la señora Brown tratándola con condescendencia.

Gema apretó los labios y abordó otra estrategia mientras su mente trabajaba a toda velocidad.

―¿Y mi mamá sabe esto? ―preguntó la chica

―No, querida, aún no lo sabe ―contestó la trabajadora social.

―Mi mamá no estará de acuerdo en que vaya a un hogar de acogida ―afirmó la niña meneando la cabeza.

―No hay alternativa, mientras tu madre no pueda cuidar de ti, el estado se ocupará de que estés bien atendida, vamos a tu apartamento a recoger tus cosas así que despídete de la señora Petrov.

Gema bajó la cabeza fingiendo derrota.

―Señora Brown, ¿qué hago con Sasha? Es mi gato.

―Tienes dos opciones, la primera es que hables con algún vecino para pedirle que lo cuide mientras tu mamá se recupera, o llamamos al refugio de animales para que se lo lleven y alguien lo adopte.

― ¿No puedo llevarlo conmigo? Por favor, señora Brown.

―Lo lamento, querida, es muy probable que tus padres de acogida no quieran un gato, sin embargo, puedes preguntar al llegar allí, ahora debemos irnos.

―Te daremos un poco de privacidad para que te despidas ―intervino la policía.

Ambas mujeres salieron al pasillo a esperar a Gema.

La niña tomó su bolso, le dio un gran abrazo a la señora Petrov y le susurró al oído.

―No se preocupe, señora Petrov, deme hasta mañana para resolver algunos asuntos. No permita que se la lleven a ningún lado, ni tampoco a Sasha y, recuerde darle comida

―Gema, ¿qué harás? Por favor, no te metas en líos.

―Llamaré a la hermana María, confíe en mí, todo se solucionará.

Los brazos de la señora Petrov eran un refugio seguro que no quería abandonar, pero debía ponerse en movimiento.

Se arrodilló frente a Sasha y lo tomó en brazos.

―No dejes que te lleven, si vienes por ti escóndete hasta que regrese, te lo prometo, volveré por ti.

Gema dejó un beso en la cabeza atigrada del gato.

Su mente estaba fraguando un plan, y debía ejecutar las acciones que había maquinando para solucionar el problema, «por algo mi coeficiente intelectual es de ciento cincuenta, que no piense la señora Brown que tiene en sus manos a una tierna y dulce niña de once años», pensó. El tiempo de la diplomacia pasó cuando la trabajadora social se cerró en banda. La guerra acababa de empezar y ya casi tenía una estrategia.

Cuando salió del apartamento de la señora Petrov, la policía se había marchado «mejor, una menos», pensó Gema. Cerró la puerta, atravesó el pasillo que separaba el apartamento de la anciana del que compartía con su mamá. La niña sacó la llave de su cuello y abrió la puerta, le pidió a la señora que le permitiera hacer una pequeña maleta, abrió el armario del pasillo, tomó su mochila y la maleta de mano de hadas que su mamá le compró cuando era una niña pequeña. Se dirigió a su habitación a hacer su equipaje a la carrera y poder ganar tiempo para buscar lo que necesita de la habitación de su mamá.

«El lugar es humilde, pero está limpio y es alegre», pensó la trabajadora social observándolo todo. El sofá aunque desgastado y de un tono marrón muy apagado, estaba decorado con cojines en telas muy brillantes y alegres y los suelos y superficies estaban muy limpios. Una matrioska adornaba un estante lleno de libros. La señora Brown se asomó a la pequeña cocina y pudo apreciar que estaba inmaculada. Pensó que eso y el comportamiento de la niña, hablaba bien de la madre. Trataría de buscar un buen lugar para esa niña tan encantadora. Tendría que tener mucho cuidado a quien se la confiaba, porque esta chica era una belleza y tenía un aura de inocencia que no se veía mucho en su mundo.

―Señora Brown, le importaría que le llevara algunas cosas a mi mamá, debe estar incomoda sin tener nada con que cambiarse ―preguntó con el corazón a mil por horas a sabiendas que necesitaba ese tiempo para poner en marcha su plan.

―¿Quieres ayuda? Yo podría decirte que necesitaría para una larga estancia en el hospital.

―No se preocupe, solo pondré un vestido ancho y cómodo, pantuflas, camisones, ropa interior y sus artículos de uso personal ―dijo queriendo terminar la charla y ponerse en acción.

―Eres una niña muy valiente e inteligente, ve querida, yo te esperaré aquí ―respondió la señora mientras inspeccionaba las fotos diseminadas por la sala y el estante biblioteca lleno de libros.

―Gracias, señora Brown ―Gema le dedicó su más encantadora sonrisa, esa que pondría a temblar a sus profesores y en guardia a su mamá.

Dejó su maleta en el pasillo, caminó tranquilamente a la habitación de su mamá con la mochila en la mano. Al entrar cerró la puerta y se puso a toda marcha a buscar primero las cosas que necesitaba para su plan. Abrió el armario y tomó el banco de la peinadora para subirse y bajar un bolso de viaje, lo tiró en la cama. Se estiró todo lo que pudo y sacó la caja donde su mamá guardaba los documentos y las cartas. Se bajó y rebuscó entre las cajas de zapatos y sacó el dinero para emergencias que su mamá escondía por allí.

―Perdón, mamá, pero esto es una emergencia ―dijo con tristeza.

No estaba bien tomar un dinero que no le pertenecía, pero no tenía más opción, lo necesita para llegar a donde necesitaba ir cuando escapara. Metió todo en su mochila y empezó con la maleta de su madre, una vez lista, respiró profundo. Se permitió un momento de debilidad y se acostó en la cama de su mamá, abrazó su almohada y aspiró su olor, rezó para que todo funcionara y que lo  que iba a hacer fuera lo correcto. No era lo que quería, pero no tenía más opción.

Cuando se levantó por la mañana nunca pensó que sus vidas se torcerían de esa manera. Rezó las oraciones que la hermana María le había enseñado y sintió que la calma la invadía, se levantó de la cama, se enjuagó las lágrimas que aún quedaban en sus ojos, abrió la puerta y con la cara más desconsolada que pudo poner se enfrentó a la señora Brown.

―Estoy lista, señora Brown.

De nuevo la miró con ojos de cachorro, la necesitaba con la guardia baja para poder ejecutar su plan por lo que dejó que unas convenientes lágrimas se deslizaran por sus mejillas y desbordaran sus ojos.

«Ya casi la tengo», pensó Gema sorbiendo su nariz, un poco más y la trabajadora social no sabría qué fue lo que la golpeó.

Tuvo que reprimir la sonrisa.

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