36. El portafolios

El primer beso del día fue suave, más de lo que había sido al principio. La boca de Ha-na se encontró con la de Heinz en un movimiento lento, casi delicado, pero no forzado. Sus labios se movieron al unísono, como si hubieran ensayado esto una y otra vez. El calor de su aliento se mezcló, y en ese momento, no había otra cosa en su mente más que cumplir con su deber. Ya no pensaba en lo injusto o incómodo que era. Simplemente lo hacía.

Mientras sus labios danzaban en un beso pausado, profundo, Ha-na sintió cómo las manos de Heinz se deslizaban con cuidado por su cintura, sujetándola con firmeza, pero sin apresurarla. Era una sensación que al principio había evitado, pero ahora la dejaba fluir sin oposición. No había pasión en sus movimientos, pero tampoco había rechazo. Se había habituado a la cercanía de Heinz, a esa calma controlada con la que él la trataba cada noche.

El segundo beso llegó casi de inmediato. Esta vez fue él quien la buscó, inclinando su cabeza hacia la suya para pro
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