Mundo ficciónIniciar sesión2. Compite
—Abuela, él no dijo nada. Pero puedo notarlo —dijo ella evadiendo su mirada, no quería que la vieran de una forma tan vulnerable— no quiero estar con alguien que no me ama… —los ojos de Elise se enrojecieron, pero las lágrimas no las deja caer. Había intentado llegar al corazón de Kristian, pero al parecer nunca se acercó ni siquiera un roce. —Sé que algo hizo —dijo la abuela. —Eso no es lo importante, necesito esto y por eso vine con ustedes —les habla de modo suave y calmante sirviéndoles el té que la abuela Larisa trajo. Elise sale de la mansión de los abuelos Lebedev con el corazón más ligero. La conversación había sido dura y larga, pero finalmente logró tranquilizarlos. —Ve con cuidado, y visítanos pronto —dijo Nelia, despidiéndose ella misma de Elise en la puerta. Sergei y Larisa, aunque enojados al principio con su nieto, terminaron aceptando su decisión. Prometieron no armarle problemas a Kristian y, sobre todo, entendieron que ella no quería quedarse con alguien que no la amaba. No es venganza lo que busca, es un cierre limpio, sin escándalos ni culpas. Camino a casa, Elise se encuentra con un tumulto de autos bloqueando la carretera. Al acercarse, comprende de inmediato: una carrera ilegal. La música retumba, las luces de los faros parpadean y un grupo de adolescentes eufóricos controla el paso. —No puedes pasar si no pagas —le dice uno, apoyando el codo en la ventanilla—. O si quieres, compite. Elise suspira. No tiene tiempo para tonterías. Se coloca una mascarilla que cubre la mitad de su rostro, baja el vidrio y observa el carro negro estacionado a un lado. Incluso sin conocerlos, reconoce al que llaman Hermes por cómo todos lo miran. —Bien —dice con calma—, ya que no me dejan pasar… les ganaré. Lo dice con tanta seguridad que varios se quedan paralizados, como si no hubieran escuchado bien. —Vamos, no eres tan buena como Hermes —le grita uno, señalando el vehículo negro—. Nadie le gana. —Si gano —responde Elise, inclinándose un poco hacia adelante— tendrán que correr desnudos hasta sus casas. Una carcajada general estalla. —¿Y si nosotros ganamos? —pregunta otro, aun riendo. —Lo que quieran —se encoge de hombros como si de verdad no le importara. Los chicos se miran entre ellos. Eran cuatro competidores; con ella serían cinco. Y como las carreras anteriores habían sido aburridas, aceptan casi de inmediato. Elise no dice nada más. Simplemente sube el vidrio y desaparece de su vista. Desde afuera, solo ven un auto costoso, elegante, claramente no diseñado para carreras ilegales en una montaña. Para ellos, Elise está completamente fuera de lugar. —Está loca —murmura uno. —No sabe lo que hace. —Hermes la va a pulverizar —añade otro. La carrera inicia cuando una chica espectacular, con minifalda blanca plisada y un top lleno de brillantina, deja caer una bandera roja al suelo. En cuanto toca el asfalto, los motores rugen al unísono. Los autos salen disparados cuesta abajo por la carretera montañosa. Las curvas son estrechas, peligrosas, al borde de un barranco. Los chicos las conocen de memoria; Elise, en teoría, no. Pero desde la primera curva, algo no encaja. Ella no frena de más. No duda. No se tambalea. Toma la curva como si hubiera entrenado años en esa misma montaña. —¿Qué…? —exclama uno al verla aparecer en su retrovisor. Las cámaras instaladas a lo largo del descenso captan cada movimiento. Elise no derrapa. No pierde el control. No se deja intimidar por Hermes, que intenta cerrarle el paso en varias ocasiones. Ella solo calcula, espera el momento y acelera en el punto exacto. Uno de los espectadores grita cuando la ve cortar una curva peligrosa con la precisión quirúrgica de un profesional. Los demás competidores empiezan a desesperarse. Hermes aprieta los dientes, empuja su auto al límite, pero Elise no solo lo sigue: lo rebasa. Por un segundo, todo el público guardado en los laterales de la montaña queda completamente mudo. Elise cruza la meta de primer lugar. Se estaciona con calma, baja del auto y vuelve a subir la mascarilla para cubrir más su rostro. Los cuatro chicos llegan poco después, frenando de golpe. Se quedan mirándola sin saber si están soñando. Ella solo extiende la mano, señalando su ropa. —A cumplir la apuesta. La vergüenza se refleja en sus caras. Pero una apuesta es una apuesta. Se quitan la ropa entre risas nerviosas y maldiciones ahogadas mientras los alrededores explotan en carcajadas y gritos. Elise vuelve a su auto sin decir nada. Cierra la puerta con suavidad y enciende el motor. Los chicos, completamente desnudos, empiezan a correr montaña arriba mientras la multitud los filma. Ella arranca despacio, como si nada hubiera pasado. En cuanto desaparece camino a casa, todos siguen mirando hacia donde se fue, aún sin entender cómo una desconocida los humilló en su propia carretera. (…) Al día siguiente, Elise se levanta temprano, observa como el otro lado de la cama sigue intacto y no le extraña si estaba con esa belleza de anoche. Antes pensaba que estaba trabajando hasta tarde como el adicto al trabajo que es, pero ahora… no está tan segura Elise escoge ropa antes de bañarse, viste con sencillez, pero su buen gusto natural resalta en cada detalle: un vestido sobrio y elegante, unos tacones bajos, el cabello recogido en un moño impecable. Frente al espejo, respira hondo. Ya no es la joven insegura que aceptó casarse por la voluntad de un abuelo moribundo. Ahora es ella quien toma las riendas. —Te ves profesional, Elise —sonríe al espejo. Cuando llega a la empresa de su esposo, los guardias la reconocen de inmediato y no ponen objeciones a su ingreso. Sube por el ascensor privado que Kristian siempre ha reservado solo para él. Ese detalle la hace sonreír con ironía: hasta en su edificio separa distancias, como si fuera intocable. Al abrirse las puertas, se encuentra con Jack Mercer, el asistente de su marido. Él la recibe con una sonrisa cordial, como siempre. —Buenos días, señora Lebedeva. ¿Quiere que le anuncie al señor? Ella sostiene un sobre en sus manos y se lo entrega directamente. Su mirada es tranquila, aunque dentro de sí un torbellino se agita. —No hace falta, Jack. Solo entrégale esto a Kris, ¿sí? —le hace entrega del sobre— necesito su firma lo antes posible. El hombre toma el sobre y, cuando lo abre por curiosidad, siente un sobresalto al leer la palabra que encabeza el documento: Divorcio. Sus pupilas se dilatan y parpadea varias veces, incrédulo. —Señora… —intenta decir, con un tono bajo y cauteloso. Elise lo corta con una leve sonrisa distante. —Dile que lo firme. Mañana mismo podemos ir al registro —esas palabras sorprendían muchísimo a Jack. La señora siempre fue dulce y sumisa, pero ahora se veía diferente. Jack traga saliva. Desde anoche, las redes están llenas de comentarios y rumores. La foto de Kristian entrando en un hotel con una mujer exuberante se hizo viral en cuestión de horas. La empresa ya se encargó de silenciar gran parte del escándalo, pero la imagen está ahí, grabada en todas partes. Y ahora entiende que la señora Elise, tan discreta como siempre, también la vio. Quiere decirle algo, lo que sea, quizá una excusa, quizá un consejo, pero no le da tiempo. El teléfono de Elise vibra y, tras mirar la pantalla, su rostro cambia. —Debo irme —murmura, llevándose el móvil a la oreja mientras camina hacia el ascensor sin despedirse.






