Sacaron a Carmen Soto a la fuerza de la empresa, dejándola justo en la entrada principal. Un grupo de guardias de seguridad la empujó hacia afuera.
Las recepcionistas se asomaban, curiosas, intentando averiguar qué ocurría. Nunca habían presenciado algo así en la compañía.
Al instante, los guardias le arrojaron encima sus pertenencias.
—Ya lárgate. Y ni se te ocurra volver a acercarte por aquí.
Tras decir esto, el guardia se sacudió las manos y se marchó con satisfacción. Eran órdenes directas del gerente, y él las había cumplido al pie de la letra.
En todos sus años de servicio, nunca había visto a nadie ser despedido de una forma tan humillante como a Carmen Soto. Era algo insólito.
Carmen vio que las dos recepcionistas de la entrada la observaban, una mezcla de burla y desconcierto en sus miradas. Se mordió el labio con fuerza y apretó los puños. Juró en silencio que jamás olvidaría la humillación de ese día.
Las recepcionistas notaron la mirada de Carmen y no pudieron evitar coment