Sofía todavía estaba algo intranquila. Sin esperar la respuesta de Alejandro, continuó hablando como para sí misma.
—Sabes qué, mejor lo hago yo sola.
Él quiso decir algo, pero al ver que ella aún no confiaba tanto en él, prefirió guardarse sus palabras.
No importaba. El tiempo le daría la oportunidad de demostrar su lealtad, solo tenía que ser paciente.
Ahora, tenía toda la paciencia del mundo.
Después de todo, en comparación con antes, había avanzado muchísimo y ahora estaba dispuesta a abrirse y hablar con él sobre estos temas.
Si esto hubiera pasado antes, habría sido probable que ni siquiera se lo contara.
Ese pensamiento lo llenó de alegría, y una sonrisa se dibujó en su cara, casi imposible de reprimir.
—Si necesitas ayuda con algo, dímelo —le recordó Alejandro—. No lo dudes, estoy para lo que necesites y siempre voy a estar de tu lado.
Sus palabras la conmovieron.
—Claro, lo sé. Si te necesito, te lo diré sin dudarlo, no te preocupes.
Desde lo que había pasado aquel día, Sofía