Sofía Vargas miró de reojo a Alejandro Ruiz, cuya mirada parecía decirle: no huyas, mejor enfréntalo.Con expresión confusa, Sofía bajó la ventanilla del carro:—¿Qué quieres, Daniel?Daniel Mendoza se quedó pasmado al ver a Alejandro dentro del vehículo. Su cara se transformó en una mueca de disgusto. Observó a Alejandro de arriba abajo, pero por la escasa iluminación del estacionamiento, apenas distinguía su silueta.—Vaya, Sofía, no te tomo nada de tiempo levantarte a otro —dijo Daniel con tono burlón—. Y con razón te atreviste a hablarme así en la fiesta. ¡Si ya tienes quien te mantenga!Laura Torres, a su lado, añadió:—Sofía, siendo una estudiante tan pobre como tú, al menos deberías buscar a un tipo que valga la pena. Este no parece gran cosa.Sofía sintió que la sangre le hervía. Les lanzó una mirada despectiva a ambos y contestó tajante:—Daniel, ¿estás estúpido o qué? ¿A ti qué te importa con quién ande yo? Y tú, Laura, mejor cuida tu boca. No andes diciendo estupideces de la
Alejandro Ruiz sonrió sin responder, y en cambio le puso un trozo de costilla barbecue en el plato de Sofía.—Prueba las costillitas, también están muy buenas.Sofía miró el pollo en su plato con sentimientos encontrados. Había estado con Daniel Mendoza por tres años y él ni siquiera sabía qué le gustaba comer. Mientras que Alejandro, con quien apenas se había casado hace unos días, era tan atento con ella. Este contraste le provocó una mezcla de amargura y gratitud.Recordó las veces que había comido con Daniel, cuando siempre era él quien ordenaba, eligiendo lo que a él le gustaba sin nunca preguntarle su opinión. Una vez, cuando se armó de valor para decir que quería algo picante, Daniel arrugó la frente y le dijo:—¿Una mujer comiendo cosas picantes? Es malo para tu piel.Al recordarlo, Sofía no pudo evitar soltar una risa irónica. ¿Malo para la piel? Y ahora, Alejandro había puesto ante ella la comida que más le gustaban. Esta sensación de ser tomada en cuenta le resultaba tanto e
A la mañana siguiente, Sofía Vargas apareció en el edificio de Inmobiliaria Panorama rebosante de energía.Ese día vestía un traje sastre blanco impecable que resaltaba su belleza natural y le daba un aire de seguridad inigualable. Caminaba también con un porte que intimidaba.¿La habían acaso corrido? ¿Y qué? Sofía no se iba a quedar sin hacer nada.Al llegar a Inmobiliaria Panorama, sus tacones resonaron contra el piso, anunciando su presencia con cada paso.Se dirigió directamente a la oficina de Javier Ortiz sin que nadie se atreviera a detenerla, ni siquiera la recepcionista."¡BAM!"La puerta de la oficina se abrió de golpe cuando Sofía la empujó sin ninguna consideración.Javier estaba sentado con las piernas cruzadas, disfrutando de su té con tranquilidad.Al ver a Sofía, una expresión de sorpresa cruzó su cara antes de adoptar una sonrisa despectiva.—Vaya, vaya, pero si es nuestra exempleada. ¿Qué te trae por aquí? —Su tono era burlón, con una mirada llena de desdén.Sofía ig
Sofía resultó ser mucho más peligrosa de lo que había pensado.El sudor le perló la frente a Javier. Le temblaban los labios, quedó mudo de la impresión.Sofía no dijo nada más. Dio media vuelta y salió apresurada del despacho de Javier.El repiqueteo de sus tacones al alejarse por el pasillo parecía martillarle el pecho a Javier, poniéndolo cada vez más tenso.Se desplomó en la silla, temblando de rabia.«¿Con qué derecho?»«Una simple estudiante muerta de hambre como esta, ¿y cómo se atrevió a plantárseme así?»La frustración lo consumía. Se levantó de un salto y salió disparado de su despacho.Apenas Sofía puso un pie en el área general de oficinas, oyó ciertos murmullos a su alrededor.—¿Sofía Vargas? ¿Qué hace aquí? ¿No había renunciado?—Quién sabe. Seguro vino a rogarle a Ortiz.Algunos empleados cuchicheaban curiosos entre sí, con un claro tono de burla.Sofía ignoró por completo esos fastidiosos comentarios y se dirigió hacia el que había sido su escritorio.De pronto, un tiró
La oficina quedó en un silencio sepulcral; todos contemplaban la escena boquiabiertos, como si el mundo se hubiera detenido.Javier Ortiz yacía en el suelo como un perro, sujetándose la cintura mientras gemía de dolor, incapaz de incorporarse.Sofía Vargas se sacudió las manos con satisfacción y lo miró desde arriba, una sonrisa implacable dibujada en sus labios.—Javier, ¿de verdad creíste que iba a seguir aguantando tus abusos? Te lo advierto de una vez por todas, ¡conmigo no te vuelvas a meter!Javier hacía muecas de dolor, con una mezcla de pavor y rencor en la mirada.No podía creer que esa Sofía, de apariencia tan frágil, tuviera esa fuerza descomunal.Intentó levantarse con esfuerzo, pero descubrió que era incapaz de moverse.Con el rostro contraído por el dolor, Javier chilló como una rata acorralada:—¡Sofía! ¿Estás loca o qué? ¡Cómo te atreviste a pegarme! ¡Te voy a demandar!Sofía rio con desprecio y le pisó levemente el dorso de la mano con la punta del zapato.—¿Demandarme
Mientras tanto, en la Residencia Vargas.En la lujosa sala, Lorena Vargas desayunaba como una reina, el rostro iluminado por una sonrisa de satisfacción.De pronto, el sonido persistente del teléfono quebró la calma matutina.—¿Bueno?Contestó Lorena Vargas.—¡Directora, pasó algo terrible! ¡Hay problemas en la empresa!—¡Directora, la señorita Sofía golpeó a Javier Ortiz! ¡Ahora mismo la oficina está en un caos total, tiene que venir enseguida!La voz del gerente de proyectos sonaba entrecortada, su desesperación era evidente incluso a través de la línea.Al escuchar aquello, Lorena Vargas palideció enseguida; las arrugas tensaron su frente, habitualmente lisa gracias a esmerados cuidados.Colgó, dejó el desayuno intacto sobre la mesa, tomó su bolso y salió a toda prisa de la residencia.La familia Vargas era una de las más influyentes de Monterrey, y Lorena siempre había dado máxima importancia a las apariencias y la reputación familiar. Que Sofía golpeara a alguien en público y prov
Mientras tanto, Sofía pisó a fondo el acelerador. El carro negro salió disparado, dejando tras de sí una nube de gases del escape.Con una mano aferrada al volante, se secó la cara con fuerza con la otra.El rostro enfurecido de su madre y sus palabras hirientes resonaban en su cabeza sin cesar.—¡Pusiste en ridículo a toda la familia Vargas!—¿Acaso ya no te importo?Esas frases se le clavaron en lo profundo de su corazón.Sofía se mordió el labio inferior y pisó el acelerador aún más a fondo.Solo quería huir de todo, escapar de esa casa que la asfixiaba por completo.Huir de su madre, que siempre favorecía a Valeria y la trataba con una distancia terrible.Cuando llegó al edificio de Marcela, se dio cuenta de que tenía las palmas empapadas en sudor.Marcela vivía en un departamento de lujo en el centro de la ciudad. Sofía, que conocía bien el lugar, estacionó a un lado el carro y tocó el timbre.—¿Sofi? ¿Qué haces aquí a estas horas?Marcela abrió a toda prisa la puerta y se llevó u
Condujo sin detenerse, directo a la farmacia más cercana.Compró todos los antiinflamatorios y antisépticos que encontró, hasta que atestó la cajuela del carro.Cuando llegó a casa de Marcela, Sofía estaba cabizbaja sentada en el sofá, con un vaso de agua helada entre las manos y una expresión apagada.Alejandro se acercó a ella a paso veloz y, al verle la mejilla enrojecida e hinchada, sintió una punzada de angustia.—¿Qué pasó? ¿Quién te hizo esto? ¿Te duele mucho?Su tono era de una suavidad insólita, muy distinto al del implacable presidente de Altamira.Sofía se sintió desconcertada por su repentina atención e instintivamente desvió la cara, evitando su mirada.—No es nada, en serio. Un golpecito.—¿Un golpecito? ¡¿A esto le llamas un golpecito?! —Marcela, que estaba a un lado, no pudo evitar exagerar.—¡Pero ve nada más cómo tienes la cara, toda hinchada! Si no te hubiera puesto hielo luego luego, ¡quién sabe qué tanto se te habría inflamado!El semblante de Alejandro se ensombre