Pero Alejandro lo negó con toda seguridad.
—No te creo.
—¿Y por qué no?
Arrugó la frente, sin poder creer que él pudiera ser tan infantil.
Puso una expresión muy seria.
—A menos que me des un beso.
Abrió los ojos como platos, incrédula de que esas palabras hubieran salido de su boca. ¿Este era el Alejandro que conocía?
—¿Lo… lo dices en serio?
Él notó la sorpresa en sus ojos y, aunque se sintió un poco incómodo, no le vio nada de malo a usar una mentira piadosa para conseguir lo que quería.
Asintió con toda seriedad.
—Sí, muy en serio.
Incluso acercó un poco más su cara a la suya.
Sintió la firmeza con la que la sujetaba de la muñeca y, sin más remedio, se inclinó y le dio un beso apurado en la comisura de los labios. No se fijó siquiera dónde lo daba.
—Listo, ¿no? Ya me voy a vestir, suéltame.
Todavía sentía el roce fugaz en sus labios y se quedó con ganas de más. En realidad, había sido casi nada. Pero al verla tan apurada, supo que no debía presionarla.
La soltó con lentitud. En cua