«Ni modo, tendré que decirle la verdad», pensó Sofía.
De reojo, vio a Marcela y supo exactamente qué estaba pensando.
No pudo evitar pensar con fastidio: «Qué mala madre».
«Si hubiera sabido que era una chismosa, no la habría llamado.»
Ella seguía dándole vueltas al asunto, arrepentida.
Cuando las dos subieron al carro, los tres se quedaron mirando unos a otros en silencio. Sofía aún no encontraba las palabras para explicarle la situación a Alejandro.
Marcela rompió el silencio para aliviar la tensión:
—Primo, llévame a mi casa, porfa.
Él estaba a punto de hablar cuando, al instante, Marcela juntó las manos con cara de inocente:
—Te lo ruego, no les digas a mis papás. A la próxima te haré caso en todo, primo, en serio, te lo suplico.
Sus padres le habían advertido la última vez que, si volvía a poner un pie en un bar, no la volverían a dejar salir y, además, no le darían dinero para gastar.
Si la descubrían esta vez, su dinero correría peligro, y eso sí que le daba pavor.
Alejandro dir