XIV - Primogénito

Él lo recordaba todo. La maldición que los dioses le habían dado era tener una memoria excepcional y habían sellado su nefasto destino con una mancha blanca justo en el pecho.

Eso había determinado su existencia.

Tenía apenas tres años, pero lo recordaba. No claramente, pero sí las cosas cruciales. Estaba jugando en el salón principal y había mucha gente porque estaban celebrando algo. Su cuerpo empezó a cosquillear porque quería alcanzar un juguete que su madre había dejado lejos de él sobre la mesa.

El cosquilleo se hizo más intenso, fluyó a través de su sangre y sus huesos crujieron. De pronto estaba a cuatro patas sobre la mesa, confundido y con las piernas blandas. No entendió nada, pero cuando quiso tomar su juguete, se encontró con sus garras.

El salón entero se silenció y todos los ojos lo miraron con horror. Su madre profirió tal grito que los cimientos de su casa se sacudieron. Los murmullos comenzaron, lo señalaron, dijeron cosas que él no entendía. Su padre apareció delan
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