Traición

Daniel se quedó mirando el teléfono fijo. ¡Vaya bruja!, pensó con rabia contenida. Ni un "gracias", ni un "hasta luego". Nada. La mujer era una muralla. Dejó el tubo con brusquedad y, resignado, se apresuró a enviar por correo electrónico la propuesta de compra y los documentos de la sociedad. Diez minutos más tarde, Ariadna tenía todo en sus manos.

Sentada en su despacho, con una taza de café humeante a su lado, leyó la propuesta. Sus labios se torcieron en una mueca irónica.

—¿De verdad creen que soy idiota?—murmuró para sí.

Sin perder tiempo, se enfocó en los documentos de la sociedad. Una sorpresa la dejó helada: su madre figuraba como socia. También estaban los nombres de Leonardo Alzaga, su tio, sus amigos. Todos, sin excepción, bajo su lupa. Todos, de alguna forma, en sus manos. El corazón le latía con fuerza, pero no por miedo: por determinación.

Golpearon la puerta.

—Adelante —dijo con voz firme.

Marina, su fiel empleada, asomó la cabeza.

—Permiso, señora. Disculpe la molesti
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