Ariadna no había dormido en toda la noche. Con la lámpara de escritorio encendida, devoró papeles, informes y fotografías hasta que los ojos comenzaron a arderle. Volvió a mirar una de las dos fotos que Franco había dejado... la otra aún no aparecía. Tal vez estaba entre los documentos que seguían revueltos sobre la alfombra. Se preguntó cómo había conseguido Franco esas imágenes, y una punzada de angustia le atravesó el pecho.
Máximo y Anthoine la visitaron frecuencia, insistiendo en acompañarla en su nuevo viaje. Anthoine incluso le asignaría un grupo de hombres para protegerla, entre ellos Giuseppe, quien diseñaría un esquema de seguridad personal. Cuando todo estuviera en marcha y asegurado, ellos regresarían.
La noche anterior a su partida, Ariadna compartió la cena con las personas que, por años, habían sido su única familia. Serafina, Hubert, Anthoine y Máximo. El ambiente era cálido, aunque una sombra de despedida lo cubría todo.
—Debes tener mucho cuidado, Ariadna … y regresa