NO SALIÓ TAN MAL

VALERIO

Salí del despacho con el corazón aún latiendo con fuerza.

Las palabras de Adriano y Alessandro resonaban en mi cabeza como ecos de una guerra fría que, al fin, parecía llegar a su tregua.

Al cerrar la puerta, la vi.

Sara caminaba de un lado a otro por el pasillo, visiblemente nerviosa.

Cuando me vio, se detuvo de golpe.

Sus ojos buscaron los míos con urgencia, y sin decir una palabra, corrió hacia mí.

Abrí los brazos, y ella se refugió en ellos como si ese fuera su lugar natural.

La abracé con fuerza, respirando su aroma, ese perfume suave floral que me había acompañado toda la noche anterior.

—¿Cómo te fue? —preguntó con voz temerosa, alzando la mirada hacia mí.

—Adriano aceptó, mi ángel —respondí con una sonrisa cansada pero sincera—.

Pero… con algunas condiciones.

—¿Qué condiciones? —dijo frunciendo el ceño.

—Vamos al jardín a hablarlas —le propuse, acariciando su espalda.

La guié hacia el jardín, donde el aire fresco olía a tierra y flores.

Las dalias y lavandas de Dalia f
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