DALIA
Jimmy nos abrazaba a las dos, a Jacke y a mí, con esa risa contagiosa que siempre llenaba los espacios vacíos de cualquier lugar. No podía creer que estuviera de vuelta, parecía un sueño. Yo lo rodeé con fuerza, y mis lágrimas corrían sin pedir permiso.
—¡Mírenlas! —dijo Jimmy, emocionado—. Mis niñas, cómo las extrañé.
Jacke lo estrujaba igual que yo, colgada de su cuello como una liana.
—¡Jimmyberto! No sabes cuánto necesitaba verte.
Detrás de nosotros, Alessandro se tensaba cada vez más. Sus ojos azules oscuros parecían cuchillas, y y