La voz de Simón temblaba.
—¿Quieres decir que Ana solo tenía un riñón desde siempre?
La bruja médica corrigió:
—La señorita Ana debió haber donado antes. Por eso le quedaba uno. Al descubrirlo, ya estaba muerta por el veneno. Para no desperdiciar el órgano, lo trasplantamos.
Añadió con queja:
—Ustedes ignoraron mi informe. Siguieron a la otra paciente y prohibieron interrupciones. Por eso dejamos a la señorita Ana en la morgue.
Simón se desplomó en el suelo.
—La obligué a donar con solo un riñón... Yo la maté.
De repente, alzó la vista.
—¿A quién se lo donó antes?
Nadie respondió, así que llamó a su subalterno.
—Investiga el trasplante del padre de Ana hace cinco años. ¡Descubre la verdad!
En una noche, la evidencia llegó. Simón examinó los documentos con rabia contenida, junto a mi cadáver. Acariciando mi mejilla, dijo con voz ronca:
—Sabía que eras pura y bondadosa. ¡Fui un tonto por dudarlo al oír lo que dijeron los otros! No te preocupes, juro hacer justicia. Laura paga