Los que Sobran.
El aislamiento no llega como un golpe, no hay un momento exacto en el que alguien te dice que ya no perteneces. No hay una puerta cerrándose en tu cara ni un correo que declare tu salida del juego. El aislamiento verdadero es más sofisticado, más caro, más eficaz.
Llega como una reconfiguración silenciosa.
Al principio, lo confundí con cansancio, con desgaste acumulado, con la ilusión de que, después de semanas de crisis, el sistema por fin estaba respirando.
Un lunes noté que mi bandeja de entrada estaba inusualmente limpia, demasiado.
Ninguna escalada nocturna, ningún “necesitamos tu visto bueno”, pensé que era una buena señal.
El martes, un informe llegó sin anexos, compacto, resuelto, con conclusiones cerradas que yo no había discutido con nadie.
El miércoles, mi asistente me informó que una reunión semanal había sido cancelada.
—¿Por qué? —pregunté.
—No me dieron detalles —respondió—. Dijeron que el tema ya estaba encaminado.
Encaminado.
Esa palabra empezó a repetirse demasiado.