Lo Que Noah No Dice.
La mañana empezó como casi todas, y por eso mismo me obligué a pensar que era una buena señal.
El despertador sonó a la hora exacta. No hubo errores, ni reinicios, ni esa vibración sorda que a veces anunciaba que algo había quedado mal sincronizado durante la noche.
La luz entraba por la ventana con una suavidad casi intencional, como si el día hubiese decidido comportarse. Me quedé unos segundos mirando el techo, respirando hondo, evaluando cuánto de mí podía usar hoy sin romper nada.
Cuando me levanté, el piso estaba frío. Todo estaba en su lugar, la casa no parecía reclamarme nada.
—Noah —dije en voz baja, al llegar a su habitación—. Hora de levantarse.
No hubo respuesta inmediata.
Abrí la puerta con cuidado, como si temiera interrumpir algo frágil, Noah estaba despierto. Tenía los ojos abiertos y fijos en el techo, igual que yo minutos antes.
No se movió cuando entré, no parecía sorprendido de verme.
—Buenos días —agregué, sonriendo con ese gesto que ya no me pertenecía del todo,