La Voz que se Queda.
No fue una decisión, no hubo un momento previo, una balanza interna, una lista de razones. No pensé a quién debería llamar, simplemente levanté el teléfono cuando la duda apareció y marqué un número sin mirar dos veces la pantalla.
Después entendí que eso, justamente eso, era lo importante.
La duda había surgido como surgen ahora todas: sin forma clara, sin acusación, sin emoción intensa.
Una sensación vaga, casi administrativa, algo que no cerraba del todo en una fecha, en una secuencia, en un recuerdo que parecía corrido unos centímetros hacia la izquierda.
Nada urgente, nada grave, lo suficiente para incomodar. Y mi cuerpo eligió antes que yo.
—¿Dorian? —dije cuando atendió.
—Sí.
—¿Tienes un minuto?
—Claro.
No preguntó para qué, no preguntó qué pasaba, esa ausencia de preguntas siempre me tranquilizaba más de lo que debería.
Le expliqué la duda, otra más. Una fecha que no coincidía, un recuerdo que parecía superpuesto con otro. Algo menor, técnicamente irrelevante.
Dorian escuchó,