Las Cosas que Nadie Recuerda Igual.
La mañana llegó como si la noche no hubiera existido.
No con violencia, no con ruido, sino con esa normalidad insultante que tienen las mentiras bien ensayadas. El sol entró por la ventana en el ángulo exacto de siempre.
El edificio despertó con los mismos sonidos de rutina. El mundo siguió funcionando como si nadie hubiera pasado la noche contando respiraciones, anotando ruidos, dudando de sí mismo.
Yo abrí los ojos antes de tiempo.
No porque hubiera descansado, sino porque el cuerpo aprende rápido cuándo no puede permitirse dormir profundo.
Caelan ya estaba despierto.
Eso, en sí mismo, no era extraño. Lo extraño fue la forma en que lo estaba.
De pie, frente a la cafetera, con la camisa perfectamente abrochada, el cabello ordenado, los movimientos precisos.
No parecía cansado, no parecía alterado, no parecía el hombre que había pasado la noche anterior mirando ventanas como si fueran amenazas.
—Buenos días —dijo, cuando me vio—. ¿Dormiste algo?
La pregunta me descolocó un poco.
No po