Cosas que no Encajan.
La oficina olía distinto cuando volví a usarla como antes.
No era un cambio concreto, no había un perfume nuevo ni un rastro evidente de algo ajeno. Era más bien la ausencia de otras capas: menos aire reciclado, menos desinfectante industrial, menos esa limpieza excesiva que siempre me había hecho pensar en vitrinas.
Aquí el polvo se acumulaba en los bordes altos de los estantes, el café se enfriaba sobre el escritorio sin que nadie viniera a retirarlo, y el ruido de la calle se colaba por una ventana que nunca cerré del todo.
Era mío.
No porque lo hubiera comprado, no porque tuviera mi nombre en la puerta, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, nadie parecía estar observando cómo lo usaba.
Me senté frente a la computadora sin encenderla. Apoyé las manos sobre la superficie del escritorio, como si necesitara sentir algo sólido antes de empezar a pensar.
Había carpetas abiertas, hojas sueltas, notas que había ido escribiendo sin intención de ordenarlas. No eran pruebas, no eran