Falta de Inocencia.
La primera sensación que tuve al despertar fue el calor. No el calor incómodo del sol colándose por las cortinas, sino el calor humano: suave, constante, reconfortante. Ese que te ancla al cuerpo después de noches demasiado largas.
Parpadeé lentamente, y mis pestañas rozaron la piel tibia de Noah, que seguía profundamente dormido, encogido como un pequeño animalito entre mis brazos. Su respiración cálida golpeaba mi clavícula en un ritmo suave, húmedo, confiado.
Del otro lado, sentí el peso de un brazo fuerte rodear mi cintura, firme pero sin apretar, como si hubiera estado allí toda la vida: Caelan.
Su pecho rozaba mi espalda con cada inhalación. Su respiración lenta, profunda, con ese aroma que siempre me hacía perder el equilibrio: mezcla de jabón neutro, café y algo que nunca supe describir pero que siempre me derrumbaba.
El amanecer aún no había terminado de aparecer y ya sentía que estaba en un momento demasiado íntimo, demasiado frágil. Un instante que parecía no pertenecerme.