La Mañana Llega.

Desperté con el corazón aún latiendo acelerado, con la sensación de que la noche anterior había sido una pesadilla de la que nunca podría escapar.

Noah dormía en la habitación de huéspedes, su respiración lenta y tranquila contrastando con la mía, que no lograba estabilizarse.

Miré a mi alrededor: la habitación olía a él, a madera pulida, a ropa limpia y a su perfume caro. Un aroma que me confundía más de lo que podía admitir.

Caelan estaba sentado en la orilla de la cama, vestido con su camisa impecable, los pantalones bien planchados, la corbata aún sin anudar.

No me miró directamente, pero podía sentir que sus ojos estaban fijos en mí, evaluando cada gesto, cada respiración. El silencio era pesado, casi doloroso.

Me giré hacia la ventana y traté de ignorar la sensación de que estaba atrapada en la misma habitación que él, aunque lo necesitara y temiera al mismo tiempo.

—Tenemos que irnos temprano —dijo, su voz baja y grave, con esa autoridad que siempre lograba desequilibrarme—. Ho
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