Celos.
La mañana siguiente amaneció igual que yo: cansada, desajustada, con la sensación incómoda de haber sido sacudida durante la noche aunque no recordara exactamente cuándo.
Dormí poco. No porque no pudiera, sino porque cada vez que cerraba los ojos veía a Caelan en el suelo de mi oficina, temblando, recuperando recuerdos que su propia mente estaba intentando expulsar como si fueran veneno.
Y luego ese instante en que se apagó por completo, como si alguien le hubiese cerrado la memoria desde adentro.
Me quedé sentada en mi escritorio, sola, sosteniendo una taza de café frío que no quería tomar. La oficina estaba demasiado silenciosa, incluso el aire acondicionado parecía contener la respiración.
Intentaba trabajar, o fingirlo, cuando escuché pasos familiares.
—Elara —la voz de Dorian entró como un golpe suave, pero igual de inesperado—. ¿Estás sola?
Levanté la mirada. Estaba recostado contra el marco de la puerta, impecable como siempre, pero con las ojeras muy marcadas. Algo en él parec