Castigo Interno.
Me senté en la silla de la sala, las manos entrelazadas sobre las rodillas, la mirada fija en el vacío que la luz de la tarde dibujaba sobre la alfombra.
Era un vacío absoluto, silencioso, que me permitía pensar demasiado y sentir demasiado, a la vez.
La culpa me aplastaba como un peso húmedo sobre los hombros. No había un ruido externo que me distrajera: ni Noah, ni Nora, ni los agentes de protección que rondaban la casa.
Solo yo y mi mente, y un pasado que se negaba a quedarse en silencio.
Me reproché haber bajado la guardia con Caelan.
Haber permitido que algo de cercanía se colara entre nosotros después de todo lo que había pasado. La sensación de vulnerabilidad me recorrió como electricidad fría.
No era solo miedo a ser traicionada. Era miedo a reconocer lo que aún sentía: que parte de mí había anhelado algún tipo de reconciliación, algún indicio de humanidad en alguien que había causado tanto daño indirecto.
Y entonces vino el recuerdo del divorcio.
Tan nítido que casi podía sen