El Hospital.
La mañana se levantó con una claridad engañosa. La luz entraba a través de la ventana, filtrada por las persianas, dibujando líneas perfectas sobre la alfombra de la sala.
Todo parecía normal. Incluso la cafetera murmuraba su rutina, insistente y repetitiva, pero yo no podía concentrarme en nada de eso.
Mi mente estaba en otro lugar: el hospital, Caelan, y la pregunta silenciosa que me había estado rondando desde hace días: debería ir a verlo.
Me levanté, caminando sin pensar realmente en cada paso.
El mundo se movía a mi alrededor con su velocidad habitual. Los autos en la calle, los mensajes acumulándose en el teléfono, la agenda del día esperando para ser llenada.
Todo continuaba, implacable. Y yo estaba ahí, paralizada frente a la decisión que no podía tomar.
Abrí el cajón de mi escritorio, buscando algo que justificara mis movimientos.
Papeles, informes, una agenda con notas que parecían inofensivas. Pero la culpa me recordaba lo que realmente importaba: no ir al hospital era un