Todas las doncellas se enderezaron de repente asustadas, tirando los cigarrillos y dejando de tomarse sus jugos.
La tal Lidia se llevó la mano al rostro enrojecido. Por muy delgada que Eva pareciera, tenía la fuerza de alguien acostumbrada al trabajo duro.
— ¡He sido buena con ustedes, tolerante, le he dado de mis cosas valiosas e importantes para ayudarlas!, ¿y así me lo pagan? – miró a la chica de la horquilla que bajó la cabeza avergonzada.
— ¡Nunca imaginé que pudiese haber mujeres tan descaradas, no solo holgazanean, engañándome, lo peor es lo que hablan de la vida privada, de las personas que le dan de comer!
— ¿Revisan nuestras sábanas y los restos del cesto del baño? – Eva temblaba de ira extrema, todas las palabras de que ella no era una buena mujer para Henry y que solo la quería por caridad, resonando en su cabeza.
— ¿Acaso dijimos alguna mentira? – escuchó la voz a su espalda de Lidia.
Todas las doncellas se miraron asustadas, ¿acaso Lidia estaba loca?
Una cosa era hablar