Capítulo 12. Es una tregua.
Mis labios se curvaron apenas, dibujando una sonrisa escalonada.
—Paso. Me quedaré con Dostoievski.
—Él también era un adicto al borde del abismo —sus ojos me quemaron con intensidad—. Te va a gustar.
Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta. Se detuvo un instante, sin mirarme.
—Cierra por dentro cuando empiece la prueba —ordenó, y se fue.
Me quedé sola con el libro en la mano, un peso muerto. Lo abrí en una página al azar, leí dos líneas, pero no entendí nada. Gaspar había expulsado a Dostoievski de mi mente, ocupando cada rincón.
De repente, un timbre corto sonó y una luz ámbar parpadeó en el techo.
"Prueba de seguridad en dos minutos", anunció una voz metálica.
Guardé el libro. Miré la puerta, presa de una indecisión que me quemaba por dentro. No quería quedarme encerrada sola. No quería ir a su estudio. Quería... no sabía qué demonios quería.
Al salir, el pasillo me pareció más largo, el suelo brillaba como un espejo y el aire estaba denso y cargado. Doblé hacia la galería interi