AMBER PIERCE
De pronto Byron me dejó sobre la cama antes de levantarse, mientras mis ojos lo seguían con incredulidad. Por inercia, fruncí el ceño y volteé hacia el cajón donde guardaba mis píldoras anticonceptivas.
Comencé a sacar con desesperación mi ropa hasta que por fin encontré la pequeña carterita. Esta vez el cambio de color en las pastillas no me pasó desapercibido. Cuando volteé hacia Byron, él parecía tranquilo, recargado contra la pared, viéndome fijamente, esperando.
—Estas no son mis pastillas, ¿cierto? —pregunté levantando la carterita, ni siquiera la vio, su atención estaba fija en mí—. Ni siquiera son pastillas anticonceptivas, ¿verdad?
Su rostro frío y calculador no arrojó ninguna respuesta y eso solo me hacía desesperar. Lancé las pastillas a la cama y reduje el espacio entre los dos.
—¡¿Qué es eso?! —exclamé, comenzando a desesperarme. Podía haber cambiado, pero aún había algo oscuro y podrido dentro de él.
—Un tratamiento de fertilidad —contestó por fin con un