La tableta de Eric, que aún mostraba los demoledores resultados del ADN, yacía a un lado, ignorada.
La frustración hirvió en su pecho. Se levantó de golpe, caminando de un lado a otro como un león enjaulado, sus manos apretando los puños. "¡Maldita sea!", masculló, su voz ronca de pura rabia. "¿Por qué me cuesta tanto recordarlo? ¿Por qué esa noche es un agujero negro?"
De repente, como un relámpago fugaz en la oscuridad, un recuerdo fragmentado y nebuloso intentó abrirse paso en su mente. Era una imagen distorsionada, borrosa por el alcohol. Se veía a sí mismo, solo en algún lugar, la cabeza pesada, el estómago revuelto. Había estado esperando a Aitana, sí, ese día habían quedado en verse. Pero él se había excedido, mucho, con la bebida. Había bebido demasiado, la garganta ardiendo, el mundo girando. El mareo lo envolvía, y sus pensamientos se aferraban a Aitana, a la expectativa de su llegada.
Pero entonces, la imagen se tornó extraña. Una figura borrosa apareció, una mujer. No era