El tiempo pareció detenerse para Bianca. Estaba absorta en una vibrante pintura abstracta, sus colores danzando ante sus ojos, cuando una punzada helada la recorrió. Había girado instintivamente la cabeza, y allí estaba. La figura imponente, los ojos azules penetrantes que tan bien conocía.
Su corazón, que un momento antes latía al compás de la tranquilidad del arte, se desbocó, golpeando contra sus costillas con una fuerza alarmante.
Sintió que se le escaparía por la boca, que el aire se le negaba. Quiso huir, desaparecer, convertirse en un espectro y desvanecerse entre la multitud, pero sus pies parecían pegados al pulcro suelo de mármol.
La mujer a su lado, tan deslumbrante como recordaba que solían ser las mujeres que rodeaban a Eric, solo intensificó la opresión en su pecho. Aquella visión le recordaba la vida que Eric había elegido, el mundo al que ella ya no pertenecía. Sus pulmones se sentían atrofiados, incapaces de expandirse por completo. Y entonces, la pesadilla se hizo