Esto tenía que ser una broma de mal gusto, o por lo menos de esa forma lo veía. Me habían acomodado junto a un grupo de mujeres, nosotras seríamos los objetos para subastar. Después de vivir en un lugar donde comprar mujeres se volvía un acto cruel y humillante, no comprendía como estas chicas parecían tan felices.
―Quita esa cara ―dijo una de ellas al verme estresada―. No es tan malo que un hombre rico pague por ti y te lleve a cenar.
―¿Qué? ―La había escuchado bien, pero no tenían sentido para mí sus palabras.
―Además, es por una buena causa ―dijo otra con la frente en alto.
―Sí quieren donar dinero a la fundación, no tienen que hacerlo por medio de una subasta de mujeres… ―contesté indignada, pero pareció que a ninguna le hizo gracia.