En el reino de los inmortales, la verdad puede ser tan mortal como una espada, y la justicia, tan fría como el hielo.
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Yè Mèi:
El reflejo en el espejo era impecable, como siempre. Mi largo cabello castaño caía en ondas perfectas sobre mis hombros, enmarcando mi rostro como si la misma naturaleza se hubiera esforzado en esculpirlo. Mi vestido blanco con detalles dorados brillaba bajo la luz, destacando los intrincados bordados que parecían cobrar vida con cada movimiento. La gema azul en mi diadema resplandecía con una elegancia que pocas podían igualar.
Deslicé mis pulseras doradas sobre las muñecas y ajusté el collar que colgaba delicadamente sobre mi cuello. Mis tacones blancos, adornados con encajes barrocos dorados, completaban mi atuendo. Al observarme una última vez, no pude evitar sonreír con satisfacción.
—Perfecta, como siempre —susurré, dejando que mi reflejo confirmara lo que ya sabía.
Con pasos firmes, salí de mi habitación y me dirigí hacia el Palacio