3. Sin saber a dónde ir.

—Jimena —Se presentó la chica, le ofreció su mano y recibió a cambio una mano temblorosa y sudada.

—Sofía —se presentó sin dejar de ver los anuncios de afuera, preguntándose si en verdad era una asesina.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Jimena cruzándose de brazos. Parecía la clase de pregunta que se hace dentro de la cárcel.

—Yo… Estoy embarazada…

—Bueno, eso me queda claro, todas aquí lo estamos. —Jimena acarició su vientre abultado con tristeza—, pero no compartimos los mismos motivos.

—Mi… novio ya no me quiere y mi madre me trajo a abortar —dijo Sofía agachando la mirada.

—¿Tu madre te trajo? ¿Qué edad tienes? ¿Cinco? —Jimena soltó una risotada cambiando el ambiente mortecino y deprimente.

—¿Tú por qué estás aquí? —preguntó Sofía.

—Mi pequeño nacerá con problemas muy serios —respondió Jimena triste—. Me duele hacer esto, pero sé que su vida no será fácil, será corta y en extremo dolorosa. Es una decisión difícil, pero creo que es lo mejor. —Volteó hacia Sofía percibiendo que su miedo cedía y cambiaba por empatía—. Ella fue violada… —dijo señalando a la chica del otro lado de la sala— …y ella corre peligro de morir durante el parto junto con su bebé. Cada una tiene motivos para estar aquí y creo que no por eso somos «asesinas» —añadió señalando al grupo extremista de afuera.

—Creo que yo sí lo soy —dijo Sofía colocando una mano en su vientre.

—No te ves como una…

—Yo amo mucho al padre de este bebé, aunque él ya no me quiera a mí, pero mi madre cree que abortar es lo mejor.

—Mmm… Si me preguntas a mí, yo considero que tu mamá no debería de escoger por ti. El bebé es tuyo, será tu responsabilidad y solo tú tienes derecho a decidir.

—¿Es malo no tenerlo?

—Es malo que abortes porque alguien más te lo dice. Es malo que lo tengas porque alguien más te lo exige. Tú eres la única que tiene que decidir… ¿Tú qué quieres?

La pregunta de Jimena se clavó en su cabeza tan profundo que le dio paz, fue como una inyección de tranquilidad. Por un momento su tumultuoso día tenía cinco minutos de calma porque sabía perfectamente que era lo que quería.

—Sofía, ven para que te revisen —dijo Laura estirando su mano hacia su hija—. ¡Anda! El doctor nos espera…

—No —respondió Sofía con ambas manos en su vientre, como si de esa forma pudiera protegerlo de su madre.

—¿Qué dijiste? —preguntó Laura indignada.

—Quiero a mi bebé —dijo Sofía con lágrimas en los ojos, recordando el júbilo que sintió cuando supo la noticia. 

—Creí que ya lo habíamos hablado…

—Perdón, no puedo…

—Sofía, el padre de esa criatura no se hará cargo —dijo Laura acercándose a su hija con cautela y asombro—. ¿Quieres terminar igual que yo? Perdiendo tu sueño de ser doctora, aceptando cualquier trabajo para sobrevivir, viendo a ese bebé como una carga.

—Lamento que tú me vieras de esa forma, mamá —dijo Sofía herida. Ya le había roto el corazón Adam y su mamá había terminado de destrozarlo—. Tendré a mi bebé, si otras mujeres pueden salir adelante, yo también lo haré.

—Sofía, ven aquí de una buena vez —exclamó Laura perdiendo la paciencia.

—Señora, si la paciente no viene por voluntad propia, no se le puede obligar —dijo la enfermera de la recepción, pero Laura decidió ignorarla. No tenía ojos ni oídos para nadie más que no fuera su hija. 

—¡Bien! ¡¿No quieres venir?! ¡Está perfecto!, pero yo no tendré a una madre soltera en casa. No voy a mantener a ese niño y a solapar tu descuido… —dijo iracunda, con el corazón empujando frustración por sus venas—. Yo no me haré responsable de tus errores. ¿No supiste cerrar las piernas? ¡No es mi problema!

Sofía agachó la cabeza y sus ojos se llenaron de lágrimas, estas cayeron pesadas por sus mejillas mientras su madre pasaba de largo. En ese punto no podía encontrar diferencia entre Laura e Isabella, ambas habían sido crueles a su peculiar modo. La puerta de la clínica se cerró, dejando sola a Sofía adentro sin un centavo en el bolsillo y sin saber a dónde ir ni a quién acudir. 

Se puso de pie y trató de pensar las opciones, pero no eran muchas. Tragó saliva y aunque no estaba en la fría intemperie, sus articulaciones parecían congeladas, podía imaginar que rechinaban con cada movimiento. 

—¿Ahora qué hago? —se preguntó en voz baja y de nuevo tenía ganas de llorar.

—¿Tienes a dónde ir? —preguntó Jimena claramente preocupada.

—Encontraré a donde ir… Tengo… una amiga —dijo Sofía pensando en la única compañera de la escuela con la que se llevaba bien—. De seguro puede darme asilo por un par de días.

—¿Estás segura? —Jimena insistió viéndola con lástima.

—Muy segura. Gracias —dijo Sofía y comenzó a caminar hacia la puerta.

—¡Oye! ¡Espera! —exclamó Jimena y corrió para alcanzarla—. Si no encuentras donde quedarte o necesitas ayuda, este es mi número —dijo entregándole una tarjeta con su nombre y un número telefónico.

—Gracias —dijo Sofía sonriendo y guardando la tarjeta entre sus ropas.

Ѻ

Adam regresó a su casa. El cielo se había oscurecido y la preocupación de no encontrar su celular se había vuelto insignificante a comparación con la noticia de Sofía. No podía creer que lo había abandonado después de todas esas noches de amor, después de todo ese tiempo juntos y todas las promesas hechas. 

—¿Adam? —preguntó Isabella acercándose a su hijo, tentada a envolverlo entre sus brazos.

—¿Sabes? Al principio creí que solo hacías esto para alejarme de ella. Ambos sabemos que nunca te agradó —dijo con una sonrisa que amenazaba con romperse—, pero tenías razón, ella se fue, me dejó.

—¿Tenía razón? —preguntó Enzo, el padre de Adam, sabiendo las malas intenciones de su esposa y sorprendido de que su plan estuviera funcionando bien.

—Ella me dejó… Me arrancó el corazón y se fue —dijo Adam dejando que su rostro expresara a la perfección su dolor—. Me abandonó.

—Adam… —Isabella, por un fragmento de segundo, se sentía culpable. Ver a su hijo en esa situación le rompía el corazón, pero al mismo tiempo la hacía sentir segura de que las cosas mejorarían para él, para la empresa y para la familia—. Estarás mejor sin ella, ya verás. —Se acercó a su hijo queriendo estrecharlo, pero Adam puso espacio de por medio.

—Iré a mi cuarto —dijo excusándose, sin ganas de ver a sus padres a los ojos y arrastrando sus pasos escaleras arriba, buscando un refugio para lamer sus heridas.

—Mi cielo…Yo… —No alcanzó a terminar Isabella cuando su esposo la detuvo.

—Déjalo, está herido, necesita curarse antes de poder enfrentarse al mundo de nuevo —dijo Enzo sin despegar la mirada del camino que tomó su hijo.

—Me necesita —dijo Isabella ofendida.

—Después de lo que has hecho, sería hipócrita de tu parte querer consolarlo —añadió Enzo viéndola con desaprobación.

—¿De qué estás hablando? ¡Yo no hice nada! —reclamó Isabella volteando hacia su esposo, aparentemente ofendida.

—No sé bien cómo lo hiciste, pero estoy seguro de que tú eres la culpable de que tu hijo tenga el corazón roto…

—No sé de qué hablas.

—¿Segura? Podría jurar que sí.

—Esa chica nunca le convino a Adam, el que esté lejos es un milagro que debemos agradecer.

—Si esa chica le convenía o no, únicamente le competía a Adam decidirlo, ni a ti ni a mí, pero bueno, ya es muy tarde para cambiar las cosas. Espero que estés en paz con tu conciencia.

—Lo estoy, no hice nada malo.

—¿Aceptas que hiciste algo? —preguntó Enzo con media sonrisa, no muy seguro de sentirse orgulloso por descubrirla como la culpable.

—Lo necesario para que mi hijo sea feliz —respondió Isabella indignada, pero con la frente en alto.

—Yo no lo veo muy feliz —añadió Enzo cruzándose de brazos.

—Es cuestión de tiempo…

Ѻ

Sofía tocó un par de veces a la puerta de su amiga Pía, escondiendo después sus manos en su abrigo. Su aliento se condensaba con el ambiente y sabía que no tardaba en comenzar a nevar. De pronto la puerta se abrió y su amiga parecía sorprendida.

—¿Sofía? —preguntó confundida, viéndola de pies a cabeza—. Pasa…

—Gracias por recibirme… Necesitaba hablar contigo —dijo Sofía apenada, sin saber cómo abordar el tema.

—¿Qué ocurre? No te ves bien…

—Necesito un lugar donde quedarme por un tiempo y…

—¡Wow! ¡Espera! ¿Qué ocurre? ¿Por qué? —preguntó Pía invitándola a la sala.

—Estoy embarazada y… mi madre me echó —dijo Sofía con la voz rota y de nuevo la sensación de querer llorar la abordaba.

—¡¿Qué?! ¿Hablas en serio?  —preguntó Pía abriendo los ojos hasta casi desorbitarlos—. Debes de estar bromeando, eso es muy cruel. ¿De quién es el bebé?

—Adam… —respondió Sofía apretando los dientes mientras las lágrimas caían por sus mejillas.

—Ay… Sofía… —dijo Pía viéndola con lástima—. ¿Qué te dijo él?

—No quiere verme… —respondió Sofía y cubrió su rostro con ambas manos mientras sollozaba con el corazón roto—. No quiere saber nada de mí —añadió entre quejidos cargados de dolor—. Yo aún lo amo.

—Sofía, no vale la pena un hombre así… 

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